7 de octubre de 2008 Por Guillermo Bermúdez S.
Desde que se formara el clúster de valores, por la brillante iniciativa de los clubes rotarios de Guatemala, algunos sectores con genuino interés han venido involucrándose en distintas actividades, reuniones, discusiones y aún hasta decepciones.
Lamentablemente, al no verse acciones concretas, algunos ya han empezado a desertar, víctimas del desánimo al ver frustradas sus buenas intenciones de llegar a ser protagonistas del cambio social que tan urgentemente necesita Guatemala, porque, a pesar de la magnífica convocatoria realizada, desde el mes de mayo aún no se ha visto nada claro.
Y es que el tema se ha convertido en una serie de discusiones bizantinas, como cuando en la antigüedad se empleaban largas jornadas para que los “doctos” se pusieran de acuerdo en cuántos ángeles podrían caber en la punta de un alfiler, mientras el pueblo esperaba anhelante que ellos, los sabios de la época, resolvieran los más ingentes problemas que los agobiaban.
Similarmente ocurre ahora, cuando en lugar de poner en práctica lo que se desea predicar, se desperdician valiosas jornadas de trabajo en discutir pueriles cosas insulsas que no conducen a ningún resultado, como: Que si los valores no pueden ser rescatados, porque siempre han estado allí y somos nosotros quienes nos hemos retirado de ellos.
Para los antiguos pueblos mesoamericanos, el cuidar de la madre tierra era un valor, pero eso ya no tiene significado alguno para quienes hacen concesiones para la explotación minera a cielo abierto, o para los que depredan los bosques.
Mucha gente dice que hay que cuidar la tierra, pero al parecer nadie hace algo para ello, excepto los ambientalistas que hacen protestas y mucha bulla, pero que es muy poco lo que logran.
Entonces ese valor, al igual que muchos otros, ha quedado relegado a un simple concepto; a una permanencia en el diccionario o a un tema de discurso. Pero en la realidad es que, si no es llevado a la práctica, en nuestro plano material, no existe. Se ha perdido y hay que rescatarlo como todos aquellos otros valores que han dejado de ser parte del vivir cotidiano.
¿Entonces, qué son en realidad los valores? En el diccionario podemos encontrar muchos términos; pero que hubiesen significado valores para la la antigüedad, porque la gente los puso en práctica, no significa que ahora existan, siendo simplemente conceptos abstractos de lo que una vez fue pero que han caído en desuso, dejando, por lo tanto, de existir en el plano material para quedar idealizados en la poesía o en el ensueño de quienes deseamos que tomen vigencia nuevamente; es decir, rescatarlos. Sí; como se rescata un idioma antiguo, como el sánscrito o los rollos del mar muerto.
Sería absurdo querer enseñar valores a las generaciones venideras como conceptos abstractos, cuando estos deben ser fruto de la vivencia dentro de la cotidianidad, debiendo para ello de utilizarse especiales métodos didácticos con estrategias de un involucramiento que desencadene un proceso de mejoramiento continuo en la conducta, para que puedan ser comprendidos y no solo intelectualizados como enseñar a memorizar las tablas de multiplicar.
Solamente la conciencia puede hacer que el ser modifique los patrones conductuales para que sea comprendida y aceptada la dimensión real de los valores y por ello sean puestos en práctica. Es entonces cuando estos cobran verdadera vigencia; cuando podemos decir que existen, porque la conciencia los ha rescatado del olvido y los ha convertido en vivencia.
Entonces debemos plantearnos el cuestionamiento primordial de qué queremos hacer: ¿Un culto a conceptos abstractos, carentes de significado real? ¿O motivar cambios de conciencia para el despertar del conocimiento ontológico que genere el desarrollo de los valores reales?